Durante el seminario en línea de Hoard’s Dairyman, transmitido en abril, la conferencista Jimena Laporta ofreció información y análisis de estudios recientes sobre el impacto persistente y multigeneracional del estrés calórico a lo largo de la vida del ganado lechero.
Y en esta área de investigación el término “a lo largo de la vida” tiene un alcance muy lejano. Laporta, profesora asociada de la Universidad de Wisconsin, especialista en fisiología de la lactancia, junto con otros investigadores, han ido seleccionando información, demostrando que el estrés calórico, al final de la gestación, no solamente afecta a la madre y al becerro en el útero, también los oocitos de la becerra llevarán daño epigenético que se manifestará en la tercera generación.
Investigaciones con datos numerosos demuestran que la mitigación del calor durante la gestación puede ser beneficiosa, ya que la vaca está atravesando por un proceso de desarrollo mamario en ese período. La exposición a calor extremo puede obstaculizar la capacidad secretora y reducir la producción. Laporta citó más de una docena de estudios que respaldan el uso de estrategias de enfriamiento en varias etapas de la gestación. Es razonable suponer que el becerro en el útero también se beneficiaría de estos métodos de enfriamiento — y la investigación lo confirma, especialmente durante el último trimestre, cuando ocurren eventos celulares clave, la mayor parte del aumento de peso fetal y la programación metabólica y endocrina, todos los cuales pueden verse afectados negativamente por factores ambientales estresantes, incluido el calor.
“Estos procesos celulares son sensibles al calor”, afirmó Laporta, y la exposición intrauterina puede provocar deficiencias en varios indicadores, especialmente a lo largo de la vida de la becerra. Comienza con una reducción en la duración de la gestación y una absorción disminuida de inmunoglobulina G, incluso después de los primeros 12 meses, las vaquillas son más bajas y pequeñas, en comparación con las que no estuvieron expuestas al estrés calórico durante el desarrollo fetal.
“También presentan un rendimiento productivo por debajo de lo esperado”, señaló Laporta. Investigaciones más recientes han confirmado una sospecha creciente: las becerras estresadas por calor en el útero, además de producir menos, pueden transmitir características negativas a su descendencia hembra, es decir, dos generaciones después del evento original de estrés calórico. Esta exposición indirecta en la tercera generación puede producir estructuras ductales mamarias más pequeñas, así como almohadillas de grasa y parénquima menos desarrollados.
Con tres generaciones potencialmente en riesgo: el hato actual, el hato de reemplazo y las futuras reemplazantes, Laporta presentó varios estudios sobre métodos de mitigación del calor para diferentes etapas: vacas en período seco, vaquillas en crecimiento y preñadas, y becerras. Todos mostraron mejoras en la termorregulación a corto plazo, usando tasas respiratorias y temperaturas de piel o rectales como parámetros de valoración, ya fuera mediante ventiladores, ventiladores en combinación con nebulizadores o sistemas de flujo de aire continuo con presión positiva, diseñados específicamente para los estudios.
Laporta enfatizó que, aunque las medidas de enfriamiento tienen beneficios positivos y cuantificables en todas las etapas de vida estudiadas, el período seco debe ser una prioridad, ya que la vaca, su feto hembra y los ovocitos que eventualmente se convertirán en sus nietas, son todos susceptibles a resultados subóptimos debido al estrés por calor. Señaló que la probabilidad de que las temperaturas alcancen niveles peligrosos está aumentando en regiones donde históricamente el calor no era un problema, por lo que una mayor conciencia y atención a la infraestructura de enfriamiento es clave para adelantarse al termómetro y proteger a las próximas generaciones del hato.
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